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Una selva sonora: Leonardo Álvarez y la alquimia de los tambores
Festival Internacional de Percusión de Patagonia, 23ª edición – 27 de junio 2025.

En la tarde patagónica del 27 de junio, el telón no se abrió solamente sobre un escenario, sino sobre un cosmos. Dentro del marco de la vigésima tercera edición del Festival Internacional de Percusión de Patagonia, el baterista Leo Álvarez ofreció mucho más que un concierto: una experiencia estética y sensorial que desdibujó los márgenes entre escultura sonora, ritual contemporáneo y acto performático.

Desde el primer instante, antes siquiera de que una sola baqueta rozara el aire, el público —predominantemente joven— estalló en una ovación espontánea. No por costumbre, ni por cortesía, sino como quien reconoce, sin palabras, que se encuentra ante algo radicalmente singular. El escenario mismo, poblado por una constelación de instrumentos, objetos y artefactos dispuestos con precisión casi arquitectónica, operaba como una instalación viva: volúmenes, vacíos, texturas, luces y sombras componían ya una forma de música visual. Era, en sí, una escultura expectante, una promesa de mundos sonoros por desatar.

Álvarez nos condujo a través de este universo -ese puente vibrante entre batería y multi-percusión- con un programa cuidadosamente curado que trazaba un arco estético entre lo orgánico y lo electrónico, entre la improvisación y la escritura. Abrió con Valle pródigo, obra abierta de su autoría y estreno absoluto, una inmersión libre en un territorio de resonancias y silencios donde el gesto físico y la intuición se elevaban a forma poética. Le siguieron Mobile de Glenn Kotche y Grab it de Jacob TV, ambas piezas que interpelan no sólo al oído, sino al cuerpo entero del intérprete. La segunda, en particular, incorporaba video y electrónica, y mostraba a Álvarez girando su eje cardinal, como si cada segmento del espacio escénico fuera una estación ritual con su propio lenguaje.

La batería, ese organismo híbrido nacido del mestizaje percusivo, con vocación improvisatoria y raíces en el jazz, el rock y otras músicas populares, se enfrentaba aquí a su otro: la multi-percusión, hija de la tradición clásica contemporánea, pensada desde la partitura, exigente en su precisión y en su dominio tímbrico. Lo que hizo Leo fue no elegir entre ambos mundos, sino amalgamarlos, revelar sus zonas comunes y, sobre todo, abrir un sendero fértil hacia un nuevo paradigma interpretativo: el del percusionista como chamán sonoro, como médium entre arte, tiempo y materia.

El cierre con Monkey Chant (Kotche, 2003), inspirado en el Ramayana y el rito balinés del Kecak, fue un acto colectivo. No tanto un final como una expansión: una selva de sonidos brotó desde el escenario hacia la audiencia, que -equipada con artefactos sonoros distribuidos por el propio Álvarez- se convirtió en coro, en eco, en paisaje. Así, el público pasó de testigo a partícipe, de escucha pasiva a resonancia activa. Fue una ceremonia de cierre que más bien abría los sentidos.

Leo Álvarez no solo tocó la batería esa noche: la transformó en topografía, en ficción. Lo que presenciamos fue una poética del ritmo y del espacio, una dramaturgia sin palabras donde cada golpe, cada roce, cada vibración tenía su peso simbólico.

Miquel Bernat/Drumming percussion

Retrato de Calixta (Leonardo Álvarez)

Videoclip del tema Retrato de Calixta, incluido en le álbum Yaima de 2019. Interpretado por el Trío del Fin del Mundo. Realización de Cria Films.

Pétalos (Gabriel Domeniccucci)

Session de grabación en L. A Studio. 

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